Palabra de Dios
Un relato de
Ilustrado por
Publicado en la revista Narranación 3
Escucha el programa donde hablamos de «Palabra de Dios» en Capítulo 3 (CAT)
Pilar Miranda no suele oír voces internas, de hecho, nunca las ha oído hasta esta mañana justo cuando ha pedido medio kilo de chipirones y un pulpo de tamaño medio en la pescadería del Mercadona. Cómo cocinar los chipirones lo tiene claro, limpitos y luego rebozados, pero el problema siempre lo tiene con el pulpo. A ella, le gustan a la plancha como en el bar del barrio, melosos, con los tentáculos un poco chamuscados, con sal gorda y un buen vino blanco. Pero siempre le salen duros. Hay que hervirlos antes, siempre le dice su marido que va de listo, hervirlos y engañarlos, como si los pulpos tuvieran conciencia. Si, medio kilo de esos de ahí, limpios. Oye, y ¿para qué no salgan duros?
“Hola Pilar, soy Dios. No te asustes”
Pilar oye la voz limpia, nítida, mira hacia la izquierda, hacia la derecha, nada, ¿De dónde ha salido la voz? ¿Habrán sido los altavoces? Ni caso. Observa como la pescadera le da la vuelta a la cabeza al pulpo y la limpia con un chorro de agua. Junto a Pilar una pareja discute discretamente sobre si comprar mejillones, almejas o navajas. Están en la cincuentena larga, ella obesa, varices en las pierna, mirada de asco, él delgado, ojos rojos y apagados, piel acartonada y ligero temblor en la mano.
“Pilar”
Otra vez. Nunca había escuchado algo tan claro. No tiene aspecto de voz humana, pero tampoco artificial, es como la de un robot pero sin ese tono artificial. ¿Me están hablando? ¿Es a mí? Mira alrededor, observa a la pareja; él sigue con la murga de que quiere navajas, ella, mejillones. No se dan por aludidos, ni ellos, ni las otras personas que esperan su turno papelito en mano.
“Pilar”
Dios insiste. ¡Coño! escucho voces interiores. Sin pensarlo y contrariada deja el carro y sale del supermercado. A sus espaldas se oye la voz de la pescadera, señora, su pulpo. Sale a la calle. El supermercado está situado en una zona aislada en un polígono, no hay nada a cien metros a la redonda. Camina por la acera sin edificios. Se detiene y se frota los ojos con los dedos. Busca una fuente, necesita echarse agua. Mira hacia atrás y piensa en el lavabo del Mercadona.
—Pilar.
—Sí, dime—. Se sorprende de su propia respuesta, como si estuviera hablando con el vecino.
—No hace falta que hables en voz alta.
Pilar decide ahora no contestar. Todo esto le parece absurdo, no se cree que está hablando sola, consigo misma. No sabe qué hacer. Piensa en llamar a su marido, oye Antonio, que oigo voces, que alguien me habla, quizá llamar a una amiga, a alguna del grupo de gimnasia, lo que sea. —No te asustes, soy Dios, tranquilízate —Insiste la voz divina. —Si prefieres te puedo llamar al móvil, será como más natural o incluso podemos escribirnos por whatsapp, yo me adapto.
Pilar corre, no sabe dónde, pero se aleja de la ciudad, se adentra por un camino de tierra y finalmente se sienta en una piedra.
—Pilar, tranquilízate, no estás mal de la cabeza, simplemente te habla Dios.
—¿Cómo que “simplemente”?, Pero …no sé, no sé. Agacha la cabeza y pone su cara entre sus manos. Pasa unos segundos y continua hablando en voz alta —está bien, está bien, ¿qué quieres de mí?
—Quería hablar con un humano.
—Y ¿entre miles de millones tenías que elegirme a mí? Espera, espera.
—Pilar se levanta de la piedra y recorre con energía el camino que se adentra en el bosque. —¿Por qué no hablas con alguno de tus seguidores?, por ejemplo, no sé, el papa, eso, el papa, ¿que no es tu representante en la tierra?, o cualquier cura, alguien religioso, o alguien que crea en ti. ¿Por qué me eliges a mí?, que yo, nada de nada— Se para bruscamente—. Venga, déjame en paz y habla con uno de esos, que para eso creen en ti.
—¡Un respeto Pilar! que soy Dios. No. Ellos ya hablan conmigo. Ellos hablan y yo escucho. Yo necesitaba alguien como tú, una persona que no sea religiosa, una persona gris, bueno, mediocre, normalilla, con su cultura, su bondad.
—Vale, vale, sin pasarse tampoco. Pero ¿para qué quieres hablar conmigo?
—Quiero que salves el mundo.
—Ya estamos. No, si ya sabía yo que me ibas a liar. Joder con lo tranquila que yo estaba, ahora a salvar mundos.
—Quiero que seas el segundo Jesucristo. Tendrás que sacrificarte por la humanidad.
—Hostia puta, no me jodas Dios, no me jodas —Pilar comienza a caminar hacia la piedra dónde minutos antes se había sentado. —¿Por qué?
—Hija mía, primero, no blasfemes. Tú no te das cuenta que la humanidad está perdida, mucho más que en la época de Jesucristo: Guerras, odio… la humanidad ha sucumbido a la maldad. Si no arreglamos esto, desapareceréis.
—Oye, espera, y ¿por qué no has elegido a un hombre?
—Pues mira, porque ya lo elegí con Jesús y ahora creo que toca a una mujer, además una mujer especial como tú.
—¿Yo, especial? —Pilar se sienta en la piedra y resopla.
—Especial en el sentido contrario de que no eres especial en nada. Una mujer como otra, eso sí, buena persona. Tenías ya el pase asegurado al cielo.
—Pues menuda gracia, si lo sé me cargo a mi suegra y me dejo de pases y de salvar mundos. —Hija mía, no blasfemes.
—Vale, y ¿qué se supone que tengo que hacer?
—Sacrificarte por la humanidad.
—¿Sacrificarme, y cómo?
—Bueno, había pensado una condena injusta, eso es, una condena a muerte con un milagro final retransmitido. Algo que quede bien. Esta vez con imágenes.
—¿Y qué gano yo?
—La vida eterna.
—Uh, que pereza. Yo no quiero la vida eterna —Pilar se levanta y se dirige hacia las calles del polígono industrial.
—¿Cómo que no? —De repente, en el cielo aparece un gran nubarrón gris casi negro. Oscurece.
—Pues lo que oyes, no quiero la vida eterna.
Un potente rayo ilumina el cielo, luego un estruendo parece mover la tierra.
—Pilar, no puedes negarte, pero, vamos a ver, estamos hablando de la vida eterna; ser consciente para siempre en un mundo feliz.
—¿Y mi marido, mis hijos, familiares, amigos? ¿Qué pasará con ellos?
—Depende, por ejemplo, tu cuñado Cisco, lo veo últimamente un poco desmadrado, si sigue ese camino no lo veo claro. En cuanto a tu marido y tus hijos, pues les veo futuro. Seguramente estarás con ellos toda la vida eterna, pero se lo tienen que ganar como todos, excepto tú, claro. En definitiva, depende de cada uno.
—Dios, me estás agobiando.
—Mira, ¿sabes qué?, te lo piensas, te vas a casa, hablas con tu marido, os lo pensáis y me dices algo. ¿Te parece?
—Que no, paso, rechazo tu oferta. Lo siento. No me interesa. Pero, espera, quería hacerte una pregunta, ya que eres Dios y lo sabes todo, ¿no?
—Dime —contesta Dios algo irritado pero con cierta vanidad por el cumplido.
—¿Cómo hay que cocinar los pulpos para que no salgan duros?
Un inmenso trueno silencia la ciudad. Pilar cree que los tímpanos le han estallado. Cae al suelo impresionada.
—No te lo voy a repetir más. ¿Estás dispuesta a sacrificarte por salvar la humanidad de esta espiral de maldad? —obviando la pregunta de Pilar.
—No —grita Pilar mientras se reincorpora.
—¡A tomar por…!
Un rayo colosal que ilumina toda la tierra cae sobre Pilar, que se desploma muerta en un montículo de hormigón ya seco.
—Hartito me tienen. Así, así estoy de sacar los jinetes. Habrase visto panda de engreídos.
Y Dios se retira a descansar.
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Capítol III
Amb els relats de:
Jordi Vendrell, Javi Fernández, Georgina Guixà, Rafa Moya, Ricard Closa, David Farré, Ita Molins, Teresa Roig, Menut, Sheila Uve, Toni Llena, Thorton Blue, Hermanos Laplace, Jesús Cerezo
les il·lustracions de:
Albert Vendrell, Nina Sobrino, Teresa Suau, Marc González, Manel Cruz, Yona Rochel, Gerard Freixes, Estela de Arenzana, Dani Ramos, Jordi Cortés, Nat Guix, Xavier Gabriel, Xavier Mula, Joan Sallent
i el còmic de:
Marc González
Il·lustració de coberta: Teresa Suau